En el otoño de 1611 arribamos a la isla del Tejo, donde encontramos madera suficiente para reparar nuestra maltrecha embarcación. Los malditos ingleses casi nos mandan a pique pero juro por todo el ron del caribe que mi venganza no tardará en llegar.
Por suerte la tripulación estaba casi al completo y todos colaboraron con ahínco en los trabajos de reparación. Destaco la labor de un par de jóvenes grumetillos que, un tanto inquietos debido a su poca experiencia en el mar, a veces retrasaban más que ayudaban pero daban una nota de buen humor a los demás miembros de la tripulación. Con el velamen y el cordaje recibimos la inestimable colaboración de dos nativos de la isla, y gracias a su pericia pudimos por fin terminar nuestro cometido. Aquella noche estrellada celebramos por todo lo alto el fin de nuestros trabajos. La mesa llena de manjares y las copas de ron llenaron nuestras barrigas, nublaron nuestra mente y animaron nuestros corazones. Hasta las ratas disfrutaron del festín, pues nunca es bueno quejarse de la abundancia.
Qué me aspen si no quedó precioso nuestro barco. Da gusto verlo navegar, romper las olas con elegancia y mostrar sus cañones con arrojo. Como bien dije, mi venganza está cerca. Ya oigo temblar a lo lejos a esos ingleses de pacotilla que muy pronto serán carnaza fresca para los tiburones. No dejaré títere con cabeza hasta que la deuda esté pagada y esos hijos de la Gran Bretaña se lo piensen mejor la próxima vez que se crucen conmigo en cualquiera de los siete mares.
3 comentarios:
Jejejeje, no tengo ninguna duda de que lo has comprado más para ti que para el peque! :)))
Ah, espero que el catarro ya haya pasado.
Abrazal!
Pasadlos a todos por la quilla!
Este fue el regalo más deseado de mi infancia y nunca llegué a tenerlo.
Este tampoco ha fondeado en nuestra casa, pero por lo menos me quité un poco la espinita al ayudar a montarlo.
Espero que me dejen echar alguna partidita algún día...
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