Hace ya unos días (o unos meses para ser exactos) fui invitado a pasar una velada entre amigos y familiares. Aparte de una suculenta cena y una más que agradable compañía, la noche encerraba una deliciosa sorpresa para nuestros paladares.
Uno de los comensales acudió a la cita con un presente muy especial: una botella de ginebra Hendrick's, cuya peculiaridad, como bien indica su etiqueta trasera, es que debe ser combinada con pepino en lugar del omnipresente limón ligado al cocktail Gin Tonic. Aunque nos sonaba un poco extraño para nuestros gustos peninsulares, parece ser que no lo es tanto para los experimentados gaznates que pueblan la pérfida Albión.
Tras un viaje relámpago para conseguir los citados pepinos, ingrediente indispensable en la receta, nos dejamos llevar por nuestro anfitrión, que haciendo gala de una maestría propia de un afamado gourmet, preparó con suprema delicadeza los curiosos combinados.
Una lenta aproximación a los labios y ya el aroma del pepino, la frescura de la tónica y el espirituoso efluvio del licor conquistan nuestro olfato, seguido de una victoria total sobre las papilas gustativas, que no contentas con una sola aproximación piden otra más, a lo que accedemos con placer.
Bebemos la copa sin apremio, disfrutando de la velada y la conversación, acabando la jugada con la degustación de las rodajas de pepino, que caprichosas han adquirido la esencia del licor, dejando el continente listo para otro uso sin necesidad previa de paso por el lavavajillas.
Una grata experiencia con la única salvedad del molesto dolor de cabeza del día después, que achaco más a mi preocupante grado de abstinencia alcohólica en el presente, más que a la extraña mezcla de la noche. Y como no hay nada mejor que el método científico para definir hipótesis y aclarar dudas, espero impaciente una pronta invitación para repetir el experimento y sacar las conclusiones pertinentes.