Literalmente hacerse malo... Con todo el peligro que ello conlleva. Salir de la zona de confort a los cincuenta arrasando con todo, reventándolo todo, sin prejuicios y arriesgándose a perder lo poco que se tiene. Eso es Breaking Bad.
La vida rutinaria, llena de monotonía, plagada de sueños sin cumplir, orgullos heridos y deudas pendientes, que la mayoría de los humanos viven sin darse cuenta. Y de repente, ese hachazo brutal, ese golpe que te hace despertar y tomar realidad de tu desgracia, cuando por fin tomas conciencia de que tu tiempo es finito y si no lo aprovechas se esfumará mientras piensas que estás viviendo una vida normal. Así hasta dar con la raíz del problema que te come por dentro y que te impide vivir una vida feliz dentro de nuestros límites. Porque el secreto de la felicidad no es otro que dedicarse a lo que a uno realmente le gusta, aunque muchas veces lamentablemente no dé para comer.
Mucho tiempo acompañando al Señor White y a su "socio" Jessy Pickman por Nuevo México, sobresalto tras sobresalto, enredando la madeja cada vez más intentando salir indemnes ante cada nuevo problema cada vez más serio. Y ahora todo terminó, se acabaron esos comienzos de capítulo desconcertantes jugando al despiste, y esa visión de la enfermedad del cáncer, tan distinta en su enfoque a la que vivimos en nuestro país. Toda despedirse para siempre, con la incógnita del futuro de Pickman y un cierto sabor amargo en el recuerdo. Pero es lo que hay: si vives al límite, ya sabes a lo que te enfrentas; si te quedas tumbado en el sofá esperando que el fin de semana nunca termine, también.