Coincidiendo con la salida del último
disco de Rosendo ha llegado a mis manos (vía biblioteca) esta
magnífica edición sobre Leño, banda donde el madrileño se forjó
un lugar para la posteridad en la historia del rock. Y digo magnífica
porque es una edición de lujo con tapa dura a todo color con
multitud de fotografías, y añado original por su diseño al viejo
estilo de las cintas cassettes que tanta vidilla nos dieron hace no
tantos años.
Y no sólo es interesante por tratar la
historia de Leño, sino que lleva asociada de forma inherente e
inseparable la historia del naciente rock en nuestro país, que por
aquellos finales de los setenta y principios de los ochenta estaba
más que verde. Aunque anteriormente había habido bandas en el país,
el freno impuesto por la dictadura había impedido que eclosionara
una corriente multitudinaria como la sucedida años antes en otros
países como Inglaterra o los Estados Unidos. Lo cierto es que
llegado el momento, el rock explotó y unos supieron manejarlo mejor
que otros.
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Leño antes |
Catalogados como rock urbano, Leño
siempre estuvo a medio camino entre los primeros grupos tipo Asfalto
o Topo más sinfónicos, y el germen de lo que luego serían grandes
bandas del Heavy Metal como Barón Rojo o Obús, situación que se
acentuó aún más al nacer la movida madrileña y todos los grupos
“modernos” que aquello trajo. Los propios Leño siempre dijeron
que ellos eran sólo rock and roll y bien de acuerdo estamos.
Leño nació de la unión de un
incipiente guitarrista fan de Rory Gallagher que escapó en estampida
de la banda Ñu, huyendo de las desavenencias con su cantante y
flautista José Carlos Molina (todo un personaje), con Tony Urbano y
Ramiro Penas, dos catalanes emigrados a la capital. Horas y horas de
curro en el local de ensayo fueron dando forma a una pedazo de banda
que por haber surgido en aquellos años tuvo que pagar el pato y
numerosas novatadas que al final significaron su final. La compañía
discográfica los sangró todo lo que pudo y más, llegando incluso a
registrar su nombre sin su consentimiento y un millar de tropelías
más que casi mataron de hambre a unos músicos que ganaban en fama
pero que eran mantenidos en buena parte por sus comprensivas parejas.
Los medios tampoco ayudaron mucho salvo contadas ocasiones como la de
nuestro admirado Paco Pérez Brian, que por aquel entonces hacía sus
primeros pinitos en la radio con el programa El Búho, o la del
incombustible locutor radiofónico “El Pirata” que también
arrimó el hombro en la revista Heavy Rock.
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Leño después |
Esta bien denominada biografía oral
narra con todo detalle los pocos años que duró la banda a través
de los testimonios de multitud de personajes que tuvieron relación
con la banda: músicos, empleados de las discográficas,
periodistas... Es curioso ver como muchas veces entre ellos mismos se
contradicen al narrar los mismos hechos, al haberlos vivido cada uno
de una manera diferente. Curiosidades y anécdotas hay muchas, me
quedo con la grabación en Londres de su disco Corre, corre, donde
Rosendo tuvo ocasión de coincidir con su héroe e ídolo de la
guitarra Rory Gallagher, aunque su timidez impidiera que el encuentro
fuera más fructífero; la ardua tarea de creación de las letras por
parte de Rosendo, intentando siempre que hubiera algún significado
más allá de la rima o los peligrosos escarceos con las drogas que
en aquella época estaban también en su apogeo.
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Los Kikes y su obra |
Al final del libro los autores narran
como crearon el libro, labor muy interesante y costosa llevada a cabo muchas veces
en contra del reloj porque algunos de los protagonistas iban pasando
a mejor vida o porque otros eran imposibles de localizar. Se suele
decir “de tal palo tal astilla”, pues este leño dio muchas
astillas en forma de futuros músicos que vieron sus directos cuando eran
chavales, quedando marcados e influidos en la música que
posteriormente harían con sus bandas. Leño, una banda de rock
auténtica sin más, y como bien decía El Pirata: “Leño pa
siempre”.