Hay ocasiones en la vida en que los
astros se alinean y las coincidencias se confunden con las
casualidades dando lugar a acontecimientos asombrosos difíciles de
olvidar. Tal fue el caso el otro día, cuando sin comerlo sin
beberlo, unos vecinos me comunicaron que venía a la ciudad nada más
y nada menos que Paul Di'Anno, vocalista original de los Iron Maiden.
Y lo mejor de todo es que podía ir.
Con toda sinceridad, no tenía ni idea
de qué había sido de este hombre después de que abandonara la
banda inglesa, y poco a poco, según me iba enterando de su vida, mi
asombro iba creciendo hasta el punto en que por fin lo vi sobre el
escenario, momento harto chocante para la inmensa mayoría
de los asistentes. Porque Paul ha cambiado mucho fisicamente, aunque
pienso que en su interior sigue estando el espíritu metalero de su
juventud. Basta un simple vistazo para observar que no goza de buena
salud ya que cada dos o tres canciones tiene que parar a coger aire y tomar
sus “medicinas”: tabaco, cerveza y Jack Daniels.
El evento tuvo lugar en la Nave Búnker,
una sala camuflada en un polígono industrial reducto de
irreductibles metaleros, que pasaría por una simple cochera si no
fuera por la electricidad que desprende el lugar. La sala estaba a
reventar y aunque el sonido no era todo lo bueno que debía ser,
el entusiasmo y las ganas de público y banda suplían las carencias
sonoras. Y allí estaba Paul cual peregrino del Camino de Santiago usando el micrófono como báculo o muleta para llegar a su destino. El
concierto duró más o menos una hora, todo lo que dio de sí el
pobre Paul, que acabó el show con el Blitzkrieg Bop de los Ramones,
su primera y más grande influencia. Quizá hubo gente que salió
desilusionada o decepcionada por el mal estado de Paul. Yo lo valoro
porque es lo más cerca que he estado nunca de los Iron Maiden, y
aunque soy muy afín a Bruce Dickinson, reconozco que los dos
primeros discos de los Maiden fueron y siguen siendo la leche. Puede
que a Paul le tocara la peor parte del rock and roll, la de los
perdedores que lo tuvieron todo en su mano para triunfar y al final
vieron como otros lo hacían por ellos. Solo me queda decirle a Paul
que se cuide un poco y le haga caso a la camiseta que lucía y que
decía: No retreat, no surrender, never say die; o de lo contrario no
creo que le quede mucho tiempo sobre los escenarios.
Y mi más sincero agradecimiento a R., L. y al futuro N. por la información, el transporte, la compañía y alguna que otra cerveza. ¡Nos vemos en la próxima!
1 comentario:
A mi también me fascinan los primeros álbumes de Iron Maiden, a partir de Number of The Beast, su música evolucionó hacia otros derroteros y yo pasé página.
Un abrazo.
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