Recién terminada la lectura de la
esperadísima continuación de la Canción de Hielo y Fuego y ya
estoy penando para que no se demore durante años la próxima entrega.
Y es que Martín es un genio en este aspecto (y en muchos otros)
porque si ya consigue al final de cada capítulo que sigas robando
horas al sueño para continuar leyendo un poco más, cómo no lo va a
conseguir al final del libro. La expresión que más he repetido
durante la lectura ha sido ¡qué cabrón! cuando me sorprendía con
un giro inesperado o un final lleno de intriga.
Reconozco que me ha costado seguir
algunos aspectos de la trama a causa del tiempo pasado desde
la lectura del Festín de Cuervos; en concreto, la parte referente al Dorne
ha sido la más olvidada, y también porque en este libro Martín ha jugado un
poco al despiste cambiando el título de los capítulos, abandonando
en más de una ocasión el ya típico nombre del personaje como encabezamiento. Así, ha
habido varios personajes que han lucido diferentes apodos en sus
capítulos dedicados, lo que ha contribuido a sufrir durante unas
cuantas líneas para ubicar de nuevo la acción en su lugar
correspondiente.
Otro aspecto que maneja a la perfección
es la estructura de la trama y cómo, cuándo y en qué lugar
presenta la acción a través de los distintos personajes. Una serie
de capítulos dedicados cíclicamente a los mismos personajes dará
paso a la sorpresiva introducción de alguno del que no hemos sabido
nada desde hace muchísimo tiempo, convirtiendo el desarrollo de la
acción en una reunión de viejos amigos que se reúnen después de
largo tiempo sin verse, con la consiguiente alegría al coincidir con
los que te llevabas bien y la incomodidad de ver de nuevo a los que
no eran de tu agrado.
Me quedo con mis favoritos Tyrion y
Daenerys. Tyrion porque es el que más juego da con sus incontables
idas y venidas, subidas y bajadas, su afilada lengua y su buen
corazón, aunque sea pequeñito. No me importaría compartir mesa y
mantel con él, degustando los exquisitos menús repletos de viandas
y bebidas apetitosas que se le ponen por delante y aprendiendo a
jugar al Sitrang. Y mi querida princesa Khaleesi, metida en
berenjenales políticos que lidia de la mejor manera, pensando una
cosa y diciendo la contraria como todo buen político.
Podría seguir escribiendo bondades
sobre este libro. Ha merecido la pena la espera aunque no haya sido
agradable. Posiblemente sea el libro que abarca una mayor dispersión
geográfica, de ahí que los mapas que acompañan el volumen sean
mucho más numerosos que en entregas anteriores. Y un final que te
tiene en vilo hasta la mismísima última página. Ya lo dice el
refrán: “Alas negras, palabras negras”. En los Siete Reinos y
alrededores no se andan con chiquitas, y abundan la sangre y los
muertos, así que cuidado porque nadie está a salvo de ser el
siguiente en pasar a mejor o peor vida.