A las 10 de la mañana nos presentamos
en San Antolín con la desagradable sorpresa de comprobar que lo que
ayer tarde sólo había sido una humareda se había convertido en un
incendio que había calcinado casi toda la montaña. Nos acompañaba
como invitado de excepción un helicóptero que a base de dar viajes
al mar en busca de agua, luchaba para apagar el fuego. Poco después,
ya metidos en el agua, la combinación de surf y el helicóptero
sobre nuestras cabezas nos trajo recuerdos de la película
Apocalypse Now y sus celebérrimas valkirias.
Aparte de este episodio colateral, nuestras ansias por empezar a surfear crecían por momentos. Poco a poco fueron llegando los que serían nuestros compañeros de curso y nuestros monitores de la Escuela Asturiana de Surf; chicos y grandes en un gran ambiente de camaradería antes de afrontar la primera gran prueba: ponerse el traje de neopreno.
Y cayó uno de los mitos. Una vez
elegida la talla, el traje de neopreno se adaptó a nuestros cuerpos
como si de una segunda piel se tratase resaltando nuestras
“redondeces” acumuladas durante el sedentario invierno sin mayor
problema. Después vino “el invento”, que no es otra cosa que la
cuerda o cable que une tu tobillo con la tabla para que permanezcan
juntos y ninguno se pierda en la inmensidad del mar. En inglés se
llama leash y, según nos dijeron, en Canarias “amarradera”, pero
en el Norte se llama “el invento”. Y ya sólo quedaba una de las
partes más importantes para poderse meter en el agua a surfear: la
tabla. Una tabla grandota especial para gente torpona como nosotros
que empieza en esto del surf, forrada de un material antideslizante y
que poco tienen que ver con las tablas de verdad, esas más pequeñas,
de diseño más afilado y que hay que encerar para que no resbalen.
Pero esto es materia de cursos superiores.
Y ya a pie de playa, comenzamos con los
calentamientos y las primeras lecciones sobre la tabla: cómo
colocarse para remar, cómo coger la ola y cómo subirse a la tabla
para surfear. Todo muy bonito sobre la arena, pero la hora de la
verdad llegó en el agua.
Podríamos comparar lo que vivimos con
aprender a caminar o ir en bicicleta. Vas dando pasos inestables, te
caes unas cuantas veces y poco a poco le vas cogiendo el tranquillo.
Al principio cuesta el simple hecho de tumbarte en la tabla y remar,
cuando vas cogiendo estabilidad pruebas a sentarte para esperar las
olas (yo esto el primer día no fui capaz de conseguirlo), y
finalmente y con un poco de impulso de los monitores, coger alguna
ola y empezar a tragar agua como un campeón.
Parece mentira lo adictivo que pueden
ser las olas. Pese a los continuos revolcones, tragos de agua y el
creciente agotamiento físico, el rato que pasamos en el agua se hizo
muy corto y nos moríamos por seguir intentando coger olas. Todo esto
lo pagamos durante la tarde y noche siguientes, con el cuerpo
reventado pero la cabeza llena de olas y deseando que llegara el día
siguiente.
XD "-¿Hueles eso? ¿Lo hueles muchacho?
ResponderEliminar-¿Qué es?
-Napalm hijo, nada del mundo huele así." Robert Duvall es un crack ; )
Qué buenas fotos!! Pinta bien el relato jeje, es super adictivo, igual que el windsurfing, a ver si tienes oportunidad de ir a menudo.
Te sigo leyendo mañana, que te estás haciendo mucho de rogar para contarlo todo eh? : )
Supongo que dirías aquello de: "-Me sobran cojones para hacer surf en esta playa." Jejeje...el que es friki es friki.
Hasta luego
Me encanta eso de ...el que es friki es friki. Una verdad como un templo.
ResponderEliminarVolvísteis el primer día como si os hubieran apaleado. Reconozco el mérito de cómo os recompusísteis y fuisteis a por todas al día siguiente sin mirar atrás. El bautizo surfero fue duro de verdad pero nadie tiró la toalla.
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