Germán Coppini siempre me pareció un
tipo raro, un artista que dicen, de esos cuyas rarezas se consideran
arte y se respetan. Para mí hubo dos Coppinis: uno el punk fundador
de Siniestro Total que tanto me dio en mi juventud, y otro el tipo
triste que cantaba aquello de malos tiempos para la lírica y que deseché pronto porque consideraba un traidor a sus comienzos. Con el
tiempo y con más ejemplos aprendí que es lo que le suele pasar a los tipos de mente
inquieta y creativos que en lugar de estancarse en un estilo
evolucionan hacia otros aunque no sean muy del agrado de sus
seguidores, cosa que les suele dar igual.
Y así hasta ayer cuando me enteré de
su muerte. No sabía que andaba mal de salud ni tampoco que proyectos
tenía en marcha. Como digo, hace muchísimo tiempo que dejé de
seguirle la pista, pero eso no quita para agradecerle todo lo que me
ofreció: cantar a toda pastilla letras graciosas y con poco sentido
gritando al pollo de plástico que usaba como micrófono. Con esto me
basta para llevarme un buen recuerdo de un pionero que abrió caminos
para otros que no teníamos tanto valor o que no estábamos tan al
tanto de lo que se cocía por otras partes del mundo musical.
Por todo esto gracias Germán, que allí
donde te halles estés a gusto y encuentres gente interesante con la
que pasar la eternidad, incluso si anda por allí un Ayatolah tocando
lo que no debe y te molesta, tú tranquilo que ya sabes lo que le
tienes que decir...
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