Un bastión avanzado más
allá de los límites establecidos, un desafío al tiempo y la
muerte, un símbolo que da seguridad a los que vienen detrás,
sabiendo que mientras siga en pie no hay nada que temer... Pero una
vez caído, derrotado tras ardua lucha contra los elementos en
batalla imposible de vencer, llega la señal para que otros tomen el
testigo y afronten su inevitable papel en la vida.
Pasado ya el momento de
la separación, llega la hora del recuerdo y el agradecimiento. Y
tengo la suerte y el orgullo de poder decir que no me faltan motivos
para ello, pues todo lo que guarda mi memoria es positivo. Infinito
reconocimiento por todo el cariño y los buenos ratos pasados durante
el regalo que ha sido la enorme cantidad de tiempo puesto a nuestra
disposición para compartirlo juntos. Y más allá del mero
agradecimiento, la eterna gratitud por haber tenido el coraje y la
valentía suficientes para salir adelante en los momentos más
difíciles a los que uno se puede enfrentar en este mundo,
brindándonos la mayor oportunidad que existe y que no es otra que la
posibilidad de vivir.
Por casualidad, por los
juegos del destino o simplemente porque sí, poco tiempo después de
compartir el que sería nuestro último encuentro, descubrí en la
mirada de unas tortugas centenarias que ambas compartían el poder de
contemplar la vida con una quietud y tranquilidad asombrosa. Esos
ojos claros que habían presenciado tantas alegrías, desgracias,
pérdidas y recompensas; atesoraban ahora el brillo del deber
cumplido, de haber dejado todo y a todos bien atados y en su sitio,
con la satisfacción del trabajo bien hecho.
Y llegado el inevitable
momento del adiós, tener la suerte y el privilegio de poder hacerlo
alejado del sufrimiento y la enfermedad, en su querido hogar que
tanto tiempo le dio cobijo, y bajo la forma de un agotamiento vital
que sigue su camino acorde con las leyes de la naturaleza.
Por supuesto que ha
habido lágrimas, que ha tocado derramar esta vez bajo el agua, no
por vergüenza ni intención de ocultarlo, sino de nuevo por
casualidad, por los juegos del destino o simplemente porque sí;
aprovechando la intimidad que proporciona el encontrarse bajo la
superficie y el limitado tiempo que presta la necesidad de respirar
de nuevo, y que hace que el dolor no se alargue más de lo necesario.
Sus recuerdos me ayudan a pasar mejor el trago: las partidas de
damas, parchís y cinquillo; sus deliciosos canelones y arroces, y
sobre todo su pasión por el chocolate que tantos hemos heredado
después.
Y a partir de ahora, te
sigo sintiendo a mi lado como siempre estuviste en los momentos
importantes de mi vida, desde el mismísimo comienzo hasta bien
entrado en la madurez. Como un ángel de la guarda que protege, ayuda
y da ese necesario empujón cuando la duda y el miedo quieren frenar
tu camino. Por esta pequeña muestra que recogen estas lineas y por
lo mucho que queda por decir, todo el amor y el agradecimiento de mi
parte y de los míos para tí, mi querida abuela Margarita.
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