La guerra santa continúa tras las
grandes batallas del episodio anterior, dando paso a un periodo de
calma tras la tormenta que durará hasta que se llegue al objetivo
final, que no es otro que Shimeh, la ciudad sagrada. Ahora que los
guerreros descansan y las armas callan, toman su lugar las intrigas,
el politiqueo y los oportunistas en busca de poder. Conjuras,
venganzas y ajustes de cuentas se suceden sin parar, distrayendo de
asuntos más importantes como la llegada del Consulto, que tienta y
siembra cizaña a sus anchas sin que muchos le hagan caso y otros
tantos sigan negando su existencia.
Y cómo ha cambiado la marcha desde su
comienzo. Ha dejado atrás muchas de las cosas y costumbres que
traían para asimilar las que encontraba a su paso, con un clarísimo
beneficiado que no es otro que Anasurimbor Kellhus, cuyo poder e
influencia crece cada día más. Veo muchas similitudes en este
peregrinaje guerrero con el llevado a cabo hacia el Este por
Alejandro Magno en el mundo real. Tan solo dos personas parecen
haberse dado cuenta del verdadero y oculto sentido de la guerra
santa: el hechicero Drusas Achamian, traicionado y engañado,
convertido en un simple instrumento al servicio del Profeta Guerrero;
y Cnaiur, el guerrero scylvendio sediento de sangre y venganza
luchando por desenmascarar la mentira.
Y por fin Shimeh. La gran batalla final
donde las armas de los hombres dejarán el protagonismo a la magia de
los hechiceros. El sonsonete de sus hechizos y sus palabras mágicas
acallarán al más valiente de los guerreros cuando despierten y
liberen el gran poder que albergan. “La muerte descendió
trazando una espiral” no una ni mil veces sino muchísimas más
cubriendo de sangre un telón que ocultaba el verdadero propósito de
toda esta guerra y que muy pocos conocen, y que cada vez son menos.
Y nos quedamos con las ganas de saber
el desarrollo de esta historia porque no acaba aquí. La
continuación, también en forma de trilogía, sólo tiene dos
títulos publicados y ninguno en español, así que a los que les
haya gustado esta saga les toca esperar sine die. No es mi
caso porque se me ha hecho especialmente dura su lectura, muy
parecida a la larga marcha hasta la batalla final de Shimeh, que es
lo que más (y lo único) que me ha gustado del libro. Con continuos
cambios de escenario y tan breves, que en lugar de darle ritmo a la
narración lo único que hacían eran enlentecerla porque se hacía
necesario un tiempo para situarse de nuevo en la acción. El camino
hasta Shimeh ha sido penoso y soporífero, con tantas reflexiones
filosóficas que en más de una ocasión me han tentado con el
abandono. Al final sólo ha sido temporal y he ido retomando sus
páginas en ratos perdidos en los que parecía haber recuperado un
poco las fuerzas para seguir. Por todo esto no me uno al grupo de
impacientes seguidores de su publicación en español. Yo tranquilo
que tengo cosas mejores que hacer.
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