Llegamos al final de nuestro viaje en tres etapas. La pelota cayó del tejado y sentí pena al despedirme de Lem Taylor, y eso que sólo nos conocíamos de unas doscientas páginas bañadas por tinta negra. Era un buen tipo, y me hubiera gustado que fuera mi profesor de guitarra. Sí, habría estado bien...
Pero nos tocó vivir en distintas épocas y en distintos universos, impedimentos insuficientes para evitar que nos hayamos conocido y compartido más penurias que blues para nuestro desconsuelo. Y nos despedimos rodeados de magia y misterio, al más puro estilo de Robert Johnson. Sin cruces de caminos a media noche ni amantes despechados persiguiéndonos, pero sí en comunión con la naturaleza más salvaje mediada por un espíritu religioso nacido y crecido en la infancia, sin duda el mejor momento de nuestras vidas si no viene algún miserable a estropearlo.
Sintamos por lo menos un poco de consuelo al pensar que no siempre la ley está en nuestra contra y vayamos a la estación de ferrocarril. El Tren del Góspel está a punto de partir y va cargado hasta los topes de buena música. ¿Nos acompañas?
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