Todo en la vida te pasa factura y
tarde o temprano llega el momento de ajustar cuentas. En mi caso, las
incursiones que hago en el mundo del terror reclaman su deuda cuando
subo la escalera.
Suele ocurrir cada dos o tres semanas,
cuando coincide mi paso por ella a una hora determinada. Esa hora en
concreto acontece si es demasiado temprano para encender la luz
artificial o si es demasiado tarde para que la luz del sol llegue a
iluminarla. En estas circunstancias, una escalera normal y corriente
se convierte en el escenario perfecto para rememorar detalles que en
su momento pasaron desapercibidos o incluso resultaron graciosos, y
que ahora acuden para convertirse en lo que son en realidad:
distintas formas de miedo.
Al subir o bajar la escalera me he
encontrado con el fantasma de la monja que vaga por tantos hospitales
como si de otro trabajador cualquiera se tratase, aunque fuera de su
espacio y tiempo. El cruce con el ser vaporoso parece normal hasta
que mi saludo queda sin respuesta, hasta que siento ese frío que
hiela mi espalda y eriza mi bello, hasta que me doy la vuelta con
cautela para descubrir que no hay nadie y tengo que acelerar el paso
para marcharme de allí lo antes posible.
En esa escalera he escuchado sonidos
que me hacían vigilar cada escalón que subía y hacer una pausa en
cada rellano antes de continuar. Debía constatar que se trataba de
seres humanos los que los emitían, aunque no tuviera la certeza de
si pertenecían al mundo de los vivos o de los no muertos. Y en esa
escalera me he topado con objetos que llevaban allí toda la vida
pero que engullidos por la oscuridad parecían haber sido movidos por una mano caprichosa y
haber cambiado de ubicación.
A fin de cuentas, una escalera normal y
corriente cuando la luz abre sus espacios y borra sus rincones, pero
que cuando reina en ella la oscuridad da paso a un mundo de ficción
que sintoniza mis miedos ocultos y los hace realidad aunque sólo sea
por un momento. Por suerte paso por ella en estas condiciones muy de
vez en cuando, como en este preciso momento. ¡Cuidado! Parece que
oigo algo... ¿lo oyes tú también?
lo oigo, lo oigo...
ResponderEliminarmenos cuentos y más trabajar...
ResponderEliminarAnónimo 1: Buen oído, sabes bien de qué va todo esto.
ResponderEliminarAnónimo 2: Hoy era mi día libre. Trabajo mañana y pasado y el otro también...