Queda ya poco tiempo para acabar el año
y no quería dejar pasar esta entrada sin publicar. El retraso se
debe en buena parte a la fiebre foto-videográfica que sufrí el
pasado 22 de Julio durante la representación de la batalla. Era tal
el espectáculo y tamañas las posibilidades que se desplegaban ante
mí, que no quise que se me escapara ninguna fuera de mi
objetivo. Así pues, me vi con una ingente cantidad de fotografías
(a las que hay que añadir las de mi amigo Fernando García) y videos
que al final no he tenido el tiempo suficiente para trabajar con dicho material como hubiera querido. De las fotografías he elegido las más
representativas de cada momento de la recreación, y los videos
se van a quedar por el momento en el tintero porque no doy para más.
Dejando de lado las lamentaciones y
centrándome en el día en que se cumplían los doscientos años de
la batalla de Arapiles o Salamanca, diré que me lo pasé en grande
disfrutando del evento. Las guerras no son buenas, ni siquiera las
que podríamos calificar como justificadas. Con toda seguridad se
pierde más que se gana y el precio a pagar siempre es más alto de
lo estipulado. Además, casi siempre paga el pato el inocente y el
más débil. Pero cuando se hacen eventos de este tipo, con tanto
respeto por lo perdido y convirtiéndolo casi en un juego, quizás
pueden servirnos de lección y recordatorio para no volver a cometer
los mismos errores. Esa es la conclusión que quiero sacar de todo
esto. Queda en el recuerdo un toque de romanticismo de aquellos
tiempos tan diferentes a los actuales (o no), que no debe confundirse
con otros sentimientos más profundos.
Desde la falda del Arapil Grande,
cientos de recreacionistas ataviados con los uniformes y aperos de la
época napoleónica, pusieron ante nuestros ojos las formas y
movimientos de combate que sólo conocíamos por las crónicas de
aquellos días: ataques de caballería, disparos de infantería y
cañonazos mostraron a pequeña escala lo que pudo ser parte de lo
acontecido en el mismo lugar en 1812. Un público multitudinario
seguía atento y a cierta distancia las progresiones en el campo de
batalla. Poco a poco, y mientras el final de la batalla se acercaba,
el público perdió el respeto a los disparos de fogueo y se acercó
cada vez más al escenario para rodear y no perder detalle de los
últimos coletazos de la refriega. Los soldados franceses retrocedían
y los ingleses avanzaban en pos de la victoria, las auxiliares
cuidaban de los heridos y los generales, desde su punto de vista
privilegiado daban las últimas órdenes de batalla.
Con la representación acabada y todos
los honores y homenajes rendidos, los participantes se retiraron en
formación hacia el pueblo de Arapiles para recobrar fuerzas. En su
cara se veían signos de satisfacción, y mientras saludaba y
felicitaba a los que me iba cruzando por el camino, aumentaba esta
sensación. Otros privilegiados lo habían visto todo desde unas
carpas cercanas al campo de batalla para que los rigores del sol no
les molestaran. Entre ellos se encontraban muchos de esos políticos
que no le han hecho caso al evento ni al lugar durante muchos años,
pero que no pierden la oportunidad de acudir ese día a sacarse la
foto y quedar retratados para la posteridad. Supongo que hace
doscientos años pasaba lo mismo y aquí seguimos poco más o menos.
Valga el consuelo de que por lo menos ahora no dirimimos nuestras
diferencias a cañonazos, y esperemos que esto siga sin cambiar
también.
Gran victoria en Arapiles contra los franchutes.
ResponderEliminarYo servi en el ejército en el Batallón de Cazadores de Montaña Arapiles 64 : )...allá por el año 1992, casi ná!!no ha llovido desde entonces.
Saludos
A ti por lo menos te suena la historia, porque hay un montón de gente de este país a los que Arapiles les suena a chino. Es triste que sea más conocida fuera que aquí, pero es lo que hay.
ResponderEliminarSaludos y feliz año.