Gracias al efectivo metro de New York, tuvimos que llegar a pie a Chinatown. Aquel día no hubo manera de bajarse en la estación de Canal St., la arteria principal de Chinatown, plagada de comercios donde los bolsos y relojes de imitación campan a sus anchas.
El mediodía hacía tiempo que había pasado ya, y nuestros estómagos rugían pidiendo alimento. Por fin conseguimos llegar a Mott St. y aquí el problema fue elegir entre cientos de restaurantes. Intentamos seguir el consejo de una guía de viajes, pero nuestra elección había dejado de ser un restaurante para convertirse en otro negocio. LLegados a este punto de inanición, fue el azar quien decidió en una apuesta al todo o nada.
Entramos en aquel espacioso local, y nos gustó que no hubiera ningún turista aparte de nosotros. Todos los clientes eran orientales menos dos jóvenes newyorkinos, que por como manejaban los palillos no era la primera vez que pisaban por allí.
No tenemos mucha experiencia en comida oriental, así que la carta se nos hizo difícil de entender. Para no arriesgarnos mucho pedimos arroz, fideos, un par de rollitos y una cosa desconocida: los dumplings.
Acertamos. Buen precio y gran cantidad que no fuimos capaz de acabar, té a discrección y buen sabor, llevándose la palma los ya famosos dumplings, de los que preferimos no saber su origen.
La prueba final llegó al día siguiente, cuando nuestros estómagos estaban perfectamente y sin ninguna alteración en el ritmo intestinal. Fue una apuesta arriesgada pero ganadora.
El mediodía hacía tiempo que había pasado ya, y nuestros estómagos rugían pidiendo alimento. Por fin conseguimos llegar a Mott St. y aquí el problema fue elegir entre cientos de restaurantes. Intentamos seguir el consejo de una guía de viajes, pero nuestra elección había dejado de ser un restaurante para convertirse en otro negocio. LLegados a este punto de inanición, fue el azar quien decidió en una apuesta al todo o nada.
Entramos en aquel espacioso local, y nos gustó que no hubiera ningún turista aparte de nosotros. Todos los clientes eran orientales menos dos jóvenes newyorkinos, que por como manejaban los palillos no era la primera vez que pisaban por allí.
No tenemos mucha experiencia en comida oriental, así que la carta se nos hizo difícil de entender. Para no arriesgarnos mucho pedimos arroz, fideos, un par de rollitos y una cosa desconocida: los dumplings.
Acertamos. Buen precio y gran cantidad que no fuimos capaz de acabar, té a discrección y buen sabor, llevándose la palma los ya famosos dumplings, de los que preferimos no saber su origen.
La prueba final llegó al día siguiente, cuando nuestros estómagos estaban perfectamente y sin ninguna alteración en el ritmo intestinal. Fue una apuesta arriesgada pero ganadora.
Se le ha quedado cara de dumpling Mr Gibson...
ResponderEliminarTuve suerte de que me sentaran bien. No tuve que ir a visitar al Sr. Roca, que en América debe ser Mr. Stone supongo.
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