Tercera y última entrega del
Apocalipsis Zombie que empezó siendo “a la gallega” y ni por
asomo imaginaba dónde podía acabar (tranquilos que no os lo voy a
desvelar). Tras un brevísimo resumen de lo acontecido en las dos
partes anteriores, continuamos acompañando a nuestros amigos
protagonistas en su peregrinar en pos de la supervivencia. Los no
muertos ocupan un lugar cada vez más secundario, aunque no hay que
confiarse ya que la infección está siempre al acecho esperando
nuevos cuerpos de los que apoderarse. Los humanos que todavía
sobreviven lo hacen dando fama al calificativo de mayor depredador
del mundo. Es triste pensar lo pronto que puede involucionar una
especie a la que le ha costado tantos miles de años evolucionar.
Somos fácil presa de extremismos y fanatismos, ya sean políticos o
religiosos, sobre todo cuando estamos desesperados como es la
situación que nos atañe.
Manel Loureiro escarba en nuestro
presente para intentar averiguar cómo sería nuestro futuro, qué
personajes e instituciones tienen la fortaleza suficiente para
sobrevivir al holocausto y ser la raíz de la nueva sociedad que
tendrá que resurgir tras este borrón y cuenta nueva de nuestra
civilización. Lo hace bien, encajando piezas lejanas y de formas
diferentes pero que increíblemente darán forma a un puzzle global
hasta llegar a un final apoteósico, donde irán cayendo una tras
otra a ritmo vertiginoso como si se tratara de un diseño creado a
base de piezas de dominó que una mano oculta va derribando sin
vuelta atrás.
Y como dice Manel, hemos llegado al
final de la historia tras tres libros y varios miles de páginas.
Esta epopeya de la supervivencia me ha hecho pasar buenos y malos
ratos, cumpliendo a la perfección el objetivo de entretenerme y
distraerme. Destaco momentos de lectura frenética, sobre todo al
acercarse los finales, y pese a dejar por ahí algún que otro cabo
suelto, mi opinión sobre este Apocalipsis Zombie es más que
satisfactoria. Poco a poco voy conociendo más sobre este mundo de
los muertos vivientes, con las diferencias y similitudes que aporta
cada autor, y el camino elegido por Loureiro pienso que está bien
resuelto. Envidia sana siento al leer sus agradecimientos al final de
la obra, deseando poder ponerme algún día en su lugar y decir algo
parecido. Y por fin conozco el nombre del abogado anónimo con el que
hemos compartido tantas peripecias y que por supuesto no os voy a
decir.
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