Allá por el año ochenta, un servidor de ustedes
comenzó la enseñanza primaria. Fue en un colegio recién estrenado en el barrio y mi primera profesora o señorita como se
decía entonces fue Doña Pepita.
Doña Pepita debía rondar los cuarenta y tantos por
entonces, aunque su aspecto físico y su manera de vestir la hacían
parecer mayor. Su cuerpo me recordaba a los muñecos de nieve y con
los años al perfil de Alfred Hitchcock al comienzo de su serie. Sería
fácil dibujarla a base de círculos de distinto tamaño. A esto
contribuía que tuviera el pelo muy corto, facilitando el círculo
más pequeño que sería la cabeza. Se completaba su estampa con unos
pendientes de perlas, un abrigo largo que se ensanchaba según bajaba
formando una campana, un bolso de mano y unos zapatos de tacón.
Era una profesora seria y exigente que de vez en cuando repartía
algún pescozón. Recuerdo que nadie se le subía a las barbas pese a
su cómico aspecto. A la pobre le tocó lidiar con una banda de
chavales mayores que no habían sido escolarizados por entonces y que con el paso de los años se convirtieron en delincuentes y primeros
drogadictos del barrio. No se andaba con chiquitas Doña Pepita, los
colocó a todos al fondo de la clase y los puso a rezar el Padre
Nuestro, oración que aprendíamos todos los demás niños bastante
asustados de tener unos compañeros tan mayores y gamberros.
Sólo me dio clase un año y con los años se perdió
el contacto. La verdad que le tenía cariño a la señora porque
aprendí mucho con ella y me caía muy bien. Todo así hasta hace
unos años que casualmente nos encontramos por la calle. Yo iba
acompañado de mi madre y fue ella quien la reconoció. Estaba ya muy
viejita pero su carácter imperturbable se mantenía. Seguía con su
mismo atuendo y aunque su corto pelo era ya blanco, conservaba la
energía que yo recordaba. Nos saludamos muy afectuosamente y tras
admirar cuánto había crecido me preguntó a qué me dedicaba. Tras
decírselo su risueño semblante cambió a serio y comenzó a mover
la cabeza y suspirar diciendo:
-"Con lo buenos chicos que érais, ninguno de vosotros
a llegado a nada..."
Se me calló el alma a los pies y tras un momento de
orgullo intentando responder a la afrenta, reconocí que tenía
razón. No sé qué expectativas tendría Doña Pepita de sus
alumnos, pero algo más de nosotros sí que se esperaba. Nos
despedimos cordialmente y hasta la fecha no la he vuelto a ver. A lo
mejor la pobre ya no está con nosotros, pero a mí no se me olvidará
en toda mi vida ese último encuentro. Aflora en mi memoria cada vez
que llego a casa asqueado del trabajo y con ganas de cambiar de
aires. Me duele y espero poder algún día darle una satisfacción a
la memoria de Doña Pepita, mi “seño” de primero de EGB.
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