De nuevo me sorprende favorablemente Luis Sepúlveda, consiguiendo contar mil historias en una pequeña gran obra. Que aprendan esos otros que llenan tochos de trescientas o más páginas con paja que no lleva a ninguna parte, bueno si, a perder el tiempo y fomentar el aburrimiento.
Con ciertas dosis de humor, que no consiguen endulzar esta amarga historia, Luis nos adentra en el oscuro pasado de su país natal: Chile, marcado por la dictadura de Pinochet y toda la desgracia que trajo a miles de personas. Personas que debieron abandonar el país a causa de sus ideas políticas, hacia un exilio salvador de su segura muerte. Lástima que sus vidas quedaran rotas pagando un alto precio por su salvación biológica. Quedaron en una tierra de nadie, extranjeros en el país de acogida y extraños en su vuelta al origen, que ya no reconocían ni se correspondía con los recuerdos atesorados con orgullo.
Deja entrever el autor un atisbo de esperanza en aquellos que sí pudieron quedarse en el país como testigos mudos de la injusticia y que en el momento justo tuvieron la oportunidad de repartir de su mano un pequeño grano de arena para ayudar a sus doloridos compatriotas.
Yo sigo en mis trece: la política es basura.
Unos de mis escritores preferidos...
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