Debo haber caído bajo los influjos de la muerta enamorada, porque no me parece tan malvada como en realidad es. Quizás me ha cautivado con su hipnótica mirada y he quedado atrapado en un duermevela incapaz de distinguir fantasía y realidad.
Así quedó el pobre Romualdo, espíritu puro e inocente hasta que la bella Clarimonda se cruzó en su vida justo en el momento en que debía elegir entre el camino de la virtud o el del vicio más tentador. Ella fue a buscarlo y le ofreció el paraiso a cambio solamente de unas gotas de su joven y pura sangre. Y aquí comenzaron las dudas del joven sacerdote, tentado una y otra vez, cautivo del deseo y marcado por el destino a cruzarse con su perdición a pesar de haber sido confinado a un lugar apartado del mundo.
Adicto podríamos considerar al protagonista de este maravilloso relato. Veo numerosos detalles que asemejan esta historia vampírica al de cualquier episodio de drogadicción: un primer contacto casual y fugaz pero determinante. Una lucha interior entre el consumo y la abstinencia, una caída total en los brazos del falso placer y una marca eterna que permanece en el cerebro siempre dispuesta a despertar.
Esto si es literatura, bien ambientado y mejor escrito. Gran ejemplo del romanticismo del siglo XIX (1836), que casi doscientos años después sigue estando al día y aplicable a nuestro mundo actual.
Así quedó el pobre Romualdo, espíritu puro e inocente hasta que la bella Clarimonda se cruzó en su vida justo en el momento en que debía elegir entre el camino de la virtud o el del vicio más tentador. Ella fue a buscarlo y le ofreció el paraiso a cambio solamente de unas gotas de su joven y pura sangre. Y aquí comenzaron las dudas del joven sacerdote, tentado una y otra vez, cautivo del deseo y marcado por el destino a cruzarse con su perdición a pesar de haber sido confinado a un lugar apartado del mundo.
Adicto podríamos considerar al protagonista de este maravilloso relato. Veo numerosos detalles que asemejan esta historia vampírica al de cualquier episodio de drogadicción: un primer contacto casual y fugaz pero determinante. Una lucha interior entre el consumo y la abstinencia, una caída total en los brazos del falso placer y una marca eterna que permanece en el cerebro siempre dispuesta a despertar.
Esto si es literatura, bien ambientado y mejor escrito. Gran ejemplo del romanticismo del siglo XIX (1836), que casi doscientos años después sigue estando al día y aplicable a nuestro mundo actual.
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