Páginas

viernes, 1 de mayo de 2009

Clarimonda de Théophile Gautier.

Debo haber caído bajo los influjos de la muerta enamorada, porque no me parece tan malvada como en realidad es. Quizás me ha cautivado con su hipnótica mirada y he quedado atrapado en un duermevela incapaz de distinguir fantasía y realidad.
Así quedó el pobre Romualdo, espíritu puro e inocente hasta que la bella Clarimonda se cruzó en su vida justo en el momento en que debía elegir entre el camino de la virtud o el del vicio más tentador. Ella fue a buscarlo y le ofreció el paraiso a cambio solamente de unas gotas de su joven y pura sangre. Y aquí comenzaron las dudas del joven sacerdote, tentado una y otra vez, cautivo del deseo y marcado por el destino a cruzarse con su perdición a pesar de haber sido confinado a un lugar apartado del mundo.
Adicto podríamos considerar al protagonista de este maravilloso relato. Veo numerosos detalles que asemejan esta historia vampírica al de cualquier episodio de drogadicción: un primer contacto casual y fugaz pero determinante. Una lucha interior entre el consumo y la abstinencia, una caída total en los brazos del falso placer y una marca eterna que permanece en el cerebro siempre dispuesta a despertar.
Esto si es literatura, bien ambientado y mejor escrito. Gran ejemplo del romanticismo del siglo XIX (1836), que casi doscientos años después sigue estando al día y aplicable a nuestro mundo actual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aprieta la tecla, que no da calambre.