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miércoles, 3 de diciembre de 2008

El hombre solitario de la buhardilla.

Cada vez que salía del edificio, la portera intentaba sonsacarle información, pero sus intentos se quedaban anclados en un simple buenos días o buenas tardes. Poco sabía de aquel hombre que había alquilado la buhardilla hacía unos meses. Treinta y tantos años, limpio, aunque con la barba y el pelo descuidados, amable y educado y que pagaba con puntualidad y en efectivo. Solía salir temprano por la mañana o ya próximo el atardecer y no traía bolsas u objetos que publicaran su procedencia. Qué diría su amiga la portera del edificio colindante, se reiría de sus pobres dotes detectivescas cuando a la hora del café volviera otra vez sin nada nuevo que contar. A lo mejor se inventaba algo y así cubría su expediente mientras intentaba descubrir quién era aquel hombre solitario que vivía en la buhardilla.

1 comentario:

Aprieta la tecla, que no da calambre.