Cada vez que salía del edificio, la portera intentaba sonsacarle información, pero sus intentos se quedaban anclados en un simple buenos días o buenas tardes. Poco sabía de aquel hombre que había alquilado la buhardilla hacía unos meses. Treinta y tantos años, limpio, aunque con la barba y el pelo descuidados, amable y educado y que pagaba con puntualidad y en efectivo. Solía salir temprano por la mañana o ya próximo el atardecer y no traía bolsas u objetos que publicaran su procedencia. Qué diría su amiga la portera del edificio colindante, se reiría de sus pobres dotes detectivescas cuando a la hora del café volviera otra vez sin nada nuevo que contar. A lo mejor se inventaba algo y así cubría su expediente mientras intentaba descubrir quién era aquel hombre solitario que vivía en la buhardilla.
A mi me gustaba alguien que solía contar historias...
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