Este pueblo me suena de algo. Recuerdo haber pasado por aquí en varias ocasiones hace ya algún tiempo. Una extraña atracción me obliga a regresar a pesar de que no las tengo todas conmigo. Por una parte sé que allí encontré entretenimiento, pero por otra, un sentimiento de desazón y malestar sigue flotando en el aire.
Parece un sitio normal y corriente a pesar de que allí han ocurrido cosas terribles que ni siquiera el todopoderoso poder del tiempo ha conseguido enterrar en el olvido. Recuerdos malditos guardados en el inconsciente personal o colectivo, forjados durante toda una juventud a través de páginas impresas y películas en VHS. Recuerdos malditos... ¿o agradables? Aquí está el eterno dilema del ser humano que busca diversión a través del miedo y el terror. Bendita incongruencia.
Recorro sus calles en silencio, observando el estilo neogótico de sus edificios, escenarios perfectos para ambientar nuestros pensamientos más oscuros. Me cruzo con poca gente, sin poder evitar girar la cabeza al pasar. Por si las moscas, uno nunca sabe qué oscuros secretos puede guardar el vecino más normal del mundo. Y así, poco a poco, llego al bosque. Me recibe con un aroma y frescor que me permite reencontrarme con la naturaleza, tan lejana a veces en nuestras vidas urbanas. Mientras aspiro profundamente, oigo un extraño ruido y al mirar hacia el lugar de donde proviene, sólo queda el movimiento de unas ramas como testigo de lo desconocido. De nuevo me invade esa sensación de desasosiego y sin embargo, en lugar de darme media vuelta y marcharme lo antes posible, me interno más en la espesura en busca de algo más.
Bienvenido a Castle Rock, ¿te atreves tú a venir?
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