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domingo, 20 de agosto de 2017

La mirada del tiempo

Un bastión avanzado más allá de los límites establecidos, un desafío al tiempo y la muerte, un símbolo que da seguridad a los que vienen detrás, sabiendo que mientras siga en pie no hay nada que temer... Pero una vez caído, derrotado tras ardua lucha contra los elementos en batalla imposible de vencer, llega la señal para que otros tomen el testigo y afronten su inevitable papel en la vida.
Pasado ya el momento de la separación, llega la hora del recuerdo y el agradecimiento. Y tengo la suerte y el orgullo de poder decir que no me faltan motivos para ello, pues todo lo que guarda mi memoria es positivo. Infinito reconocimiento por todo el cariño y los buenos ratos pasados durante el regalo que ha sido la enorme cantidad de tiempo puesto a nuestra disposición para compartirlo juntos. Y más allá del mero agradecimiento, la eterna gratitud por haber tenido el coraje y la valentía suficientes para salir adelante en los momentos más difíciles a los que uno se puede enfrentar en este mundo, brindándonos la mayor oportunidad que existe y que no es otra que la posibilidad de vivir.
Por casualidad, por los juegos del destino o simplemente porque sí, poco tiempo después de compartir el que sería nuestro último encuentro, descubrí en la mirada de unas tortugas centenarias que ambas compartían el poder de contemplar la vida con una quietud y tranquilidad asombrosa. Esos ojos claros que habían presenciado tantas alegrías, desgracias, pérdidas y recompensas; atesoraban ahora el brillo del deber cumplido, de haber dejado todo y a todos bien atados y en su sitio, con la satisfacción del trabajo bien hecho.
Y llegado el inevitable momento del adiós, tener la suerte y el privilegio de poder hacerlo alejado del sufrimiento y la enfermedad, en su querido hogar que tanto tiempo le dio cobijo, y bajo la forma de un agotamiento vital que sigue su camino acorde con las leyes de la naturaleza.
Por supuesto que ha habido lágrimas, que ha tocado derramar esta vez bajo el agua, no por vergüenza ni intención de ocultarlo, sino de nuevo por casualidad, por los juegos del destino o simplemente porque sí; aprovechando la intimidad que proporciona el encontrarse bajo la superficie y el limitado tiempo que presta la necesidad de respirar de nuevo, y que hace que el dolor no se alargue más de lo necesario. Sus recuerdos me ayudan a pasar mejor el trago: las partidas de damas, parchís y cinquillo; sus deliciosos canelones y arroces, y sobre todo su pasión por el chocolate que tantos hemos heredado después.
Y a partir de ahora, te sigo sintiendo a mi lado como siempre estuviste en los momentos importantes de mi vida, desde el mismísimo comienzo hasta bien entrado en la madurez. Como un ángel de la guarda que protege, ayuda y da ese necesario empujón cuando la duda y el miedo quieren frenar tu camino. Por esta pequeña muestra que recogen estas lineas y por lo mucho que queda por decir, todo el amor y el agradecimiento de mi parte y de los míos para tí, mi querida abuela Margarita.

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