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miércoles, 22 de junio de 2011

Las Puertas de la Casa de la Muerte de Steven Erikson.

 Mis bolsillos están llenos de arena y de algo pegajoso. Umm, parece... ¿sangre? Creo que he pasado mucho tiempo vagando por el desierto de Raraku y es hora de disfrutar de un merecido descanso.
Ha sido un largo viaje, meses ha durado. He visto cosas atroces y he perdido amigos por el camino. Sin embargo, aún tengo esperanzas de ver alguno de nuevo porque en este mundo la muerte no es el final. Por suerte también me desquité saboreando la venganza al ver inertes a algunos de mis enemigos, lástima que para ellos también rijan las mismas leyes.
En el segundo libro de la saga de Malaz me siento más cómodo, no tan perdido como en el primero. Voy manejando un poco el tema de las sendas y he comprendido al fin el misterio de los Ascendientes. Sin embargo, cada vez que empiezo un capítulo nuevo o cambio de escenario vuelve a mí el temor a perderme. Pues ya llevo conocidos una cantidad ingente de personajes y criaturas de lo más variopinto que no cesan de aparecer, al igual que nuevas tierras y ciudades donde todo tipo de sentimientos campan a sus anchas: amistad, camaradería, horror, venganza, miedo... Todo ello salpicado por la hechicería, a menos de que dispongas de un puñado de otataralita en tu macuto.
Me tomo un descanso para que mi mente vuelva a asentarse y el polvo del torbellino levantado por la rebelión se pose con suavidad, para poder lanzarme con fuerza a devorar el tercer tomo de la saga, que ya me espera con impaciencia en la estantería.

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